martes, 22 de marzo de 2016

En el año de la Misericordia


A veces amar y estar dispuesto a dar la vida por los nuestros es sencillo. Dios quiere que amemos al enemigo y que estemos dispuesto a entregar nuestra vida por él.

Con el favor de Dios hemos llegado a una Semana Santa más. La Iglesia Católica universal nos ha preparado a lo largo de poco más de 40 días para la fiesta del triunfo del señor, el día en que Cristo venció a la muerte. 

En el camino nos hemos encontrado con las tentaciones, con  el llamado de nuestro Padre a escuchar a su hijo, la exhortación de Jesús a ser pacientes y esperar un año más a que la higuera de sus frutos.

También nos hemos encontrado las sabías enseñanzas de Jesucristo mediante la hermosa parábola del Hijo Pródigo,  el pasaje de la mujer adúltera y  finalmente hemos dado lectura a la Pasión de Cristo.
Cada evangelio merece momentos de profunda reflexión. Dios nos hace una invitación a cambiar nuestra vida llena de pecado. 

En efecto nunca estaremos libres de los tropiezos, pero vale la pena hacer el esfuerzo por tomar distancia.  

Durante esta preparación Jesús nos pide que no juzguemos al prójimo, nos invita a  pedir perdón, como lo hizo el hijo prodigo, pero sobre todo nos exhorta a perdonar, como lo hizo el padre.    
La iglesia nos  ha preparado para el triduo pascual, el cual finalizará con la gloriosa resurrección de Jesucristo. 

El llamado en estos días de guardar, es tratar de comprender el mensaje de amor que Dios Hijo tiene para nuestras vidas.  Este año denominado por la madre Iglesia,  como de la Misericordia debemos resucitar con Cristo y buscar la misericordia de Dios en el prójimo, incluso en el enemigo.

¿Amas a tu hija? Me preguntaron en cierta tertulia de sobremesa, sí respondí. ¿Darías tu vida por ella? Sin pensarlo, le dije. Eso es fácil, dar la vida por quien amas, lo difícil es amar al enemigo y dar la vida por él, me respondieron.  

Y es  eso es lo que nos pide Jesucristo en este año de Misericordia. Sintamos esa empatía con el necesitado, calcemos al descalzo, démosle abrigo al que no tiene.


¿Es sencillo? No lo es, pero es lo que Dios espera de nosotros. 

Ojala que estos días de penitencia y oración nos sirvan para arrodillar el alma y no solo el cuerpo, ojala podamos encontrar la paz y el perdón para el prójimo, pero sobre todo que se nos  abra la puerta de la caridad y la misericordia. 

lunes, 21 de marzo de 2016

Los cinco sentidos del cucurucho

Con la llegada de marzo, a veces febrero, llega el periodo litúrgico tan esperado por el cucurucho. Ceniza escurridiza invade las frentes moradas de aquellos penitentes que, anhelan envestirse con esa desteñida y ahumada túnica telar purpura como las buganvilias,  que florecen en los balcones de las casas antigüeñas.    

Al fin llegó el momento, piensa para sí, mientras se enviste y acude, como cada año, a hacerle encuentro al paso del nazareno. Lo espera con ansias y entre una multitud lo ve por primera vez desde aquella semi destruida acera. Le observa con embeleso, se distrae con su cadencioso e imponente paso, al tiempo que deja escapar un suspiro.

El olor al perfumado incienso se entremezcla con el aroma a pino, corozo y aserrín que en festín multicolor se preparan para recibir, una vez más, el sacro cortejo.

Al fondo  escucha una trompeta solitaria que introduce la melodía sacra y fúnebre, de esas que erizan la piel y  que enamora el oído del cucurucho que  con el alma arrodillada da gracias por un año más.

Suena el timbre… el corazón de aquel devoto, ansioso y consternado late con celeridad, se aproxima al anda y con ojos vidriosos observa de frente  a la imagen de un Cristo lleno amor y  humanidad.  Coloca su hombro en la almohadilla y con ternura acaricia el bolillo, mientras que su guante blanco, como alba primaveral, sostiene la horquilla recién entregada por otro como él.

Termina la marcha y de nuevo esa inexplicable ambivalencia: gratitud y nostalgia, sensación agridulce compensada por un fresco de súchiles.
(Texto: Juan Manuel Castillo Zamora)