lunes, 6 de marzo de 2017

Morados encuentros

Nubes grisáceas aromáticas se levantan de los viejos y oxidados incensarios del cucurucho, otrora niño, ahora joven, adulto, quizás  anciano. Perfumado corozo, paisajes terrestres multicolor, flores, algodones de azúcar, chupetes y en la distancia aquel rostro amigo, casi familiar, el del compañero de filas, el devoto confeso, el de la túnica morada, como la tuya y el que atesora una cartulina al lado izquierdo de su pecho, justo por encima de su corazón.

Un apretón de manos, es sucedido por un abrazo fuerte como aquellos  navideños de la doce con tantos minutos. Un saludo fraternal y una precipitada tertulia cuaresmal. De pronto la inútil pero obligada pregunta ¿ya cargaste? ¿qué turno te dieron?

Cada año es la misma estampa, el morado encuentro del primer Jueves, la esperada marcha, el ansiado turno, la mejilla eriza que acaricia sutilmente el bolillo, la mano que abraza la orquilla, el sonido del xijolaj, el marcapasos y de nuevo la señora, el anciano, el adolescente y el adulto que se seca las lagrimas, que se santigua y eleva una amorosa plegaria.

Ahí en esa morada fila,  conviven, confluyen, se pierden, se confunden las clases sociales, no hay grandes ni bajos salarios, solo cuadras pequeñas y largas, no hay nuevos ni viejos carros, solo  sublimes marchas y el amoroso peso de las andas.

Ahí va aquel amigo distante, el que no veías hace mucho tiempo, pero que a su vez pareciera que acabas de despedir con aquella túnica negra, con los zapatos percudidos llenos de pequeños granitos coloridos de aserrín.


Esa es la Cuaresma del cucurucho… así  es cada domingo, después, en la Semana Santa, será cada día,  y el apretón sucedido de aquel morado abrazo será por más de cuarenta días el mismo... el del morado encuentro.

(Texto JMCZ)