viernes, 22 de enero de 2021

No puede haber jueves santo sin Jesús de Candelaria

 

La semana santa 2020 fue notoriamente diferente para nuestra generación, la pandemia del COVID-19 obligó a los cucuruchos guatemaltecos a quedarse guardados, algo impensable en la mente de los devotos. Viena a mi memoria una frase que tantas veces escuche decir a Monseñor Marco Aurelio González Iriarte, quien por más de 25 años fue rector de la Parroquia de Candelaria, principalmente las tardes del miércoles santo, cuando era entrevistado en el noticiero de medio día y que me hace recordar esos almuerzos en la casa mis abuelos a inmediaciones del parque Jocotenango: “No puede haber jueves santo sin Jesús de Candelaria”.

 

Pero, ¿qué tal si una pandemia que a principio de año parecía tan lejana culmina con algo impensable?, algo que nunca había pasado en nuestras mentes ni en nuestros corazones…

 

¿Esté miércoles santo 2020 era tan diferente a aquel frente a la pequeña televisión en la casa de mis abuelos, ahora lejos del centro histórico hacían eco las palabras del padre Maco, y si por fin hay un Jueves Santo sin Jesús de Candelaria? sin aquella imagen del nazareno que me ha acompañado desde la infancia, la imagen que es capaz de conmover tanto a mi padre, que acompaño a mi mamá hasta sus últimos días.

 

El nazareno de Asturias no iba a salir al otro día y en mi cabeza no quería que las palabras que escuche desde niño no se cumplieran, quería que todo fuera una pesadilla y que mi túnica, mi paletina blanca y mi casco salieran como cada Jueves Santo a acompañar al nazareno de la tez morena. Sin embargo, aunque en mi corazón no quisiera aceptarlo, con responsabilidad, como la de muchos ante la crisis, sabía que aunque pareciese incierto, iba haber un Jueves Santo sin Jesús de Candelaria; como todos los miércoles santos me fue difícil conciliar el sueño, esa noche para los miles de devotos de Cristo Rey no se duerme, acaso se descansa, pero ahora, no había un alarma que me recordara mi cita de cada año al templo, muy de madrugada, para presenciar el imponente acto de ver levantar el anda.

 

Me levante ese Jueves Santo con ese pensamiento, con las palabras de Monseñor, pero cada mensaje que llegaba a las redes sociales, cada palabra, cada pequeño homenaje a Cristo Rey que alcanzaba a ver desde mi casa, y el ánimo me iba cambiando.

 

Este año si salió Jesús de Candelaria, a lo mejor y llego más lejos que cualquier otro Jueves Santo. Llego a través del cucurucho que solo dejaba ver sus ojos llorosos cubierto con una mascarilla a las afueras del templo, a través de los versos de sus devotos en los muros del Facebook, de las palabras de aliento que nos dábamos los cucuruchos a los lejos, por los recuerdos , por mi túnica colgada en la sala, por las túnicas que se quedaron guardadas y por las que se usaron aún solo para estar en casa, gracias a todos ellos, las palabras que tantas veces escuche decir al padre Maco se cumplieron, no puede haber Jueves Santo sin Jesús de Candelaria, porque Cristo Rey estuvo en cada casa, en cada palabra, en cada recuerdo, en cada corazón, no sabemos si el próximo año la procesión saldrá a las calles, pero la luna de Nissan saldrá y en los devotos siempre habrá un Jueves Santo con Jesús de Candelaria.



lunes, 6 de marzo de 2017

Morados encuentros

Nubes grisáceas aromáticas se levantan de los viejos y oxidados incensarios del cucurucho, otrora niño, ahora joven, adulto, quizás  anciano. Perfumado corozo, paisajes terrestres multicolor, flores, algodones de azúcar, chupetes y en la distancia aquel rostro amigo, casi familiar, el del compañero de filas, el devoto confeso, el de la túnica morada, como la tuya y el que atesora una cartulina al lado izquierdo de su pecho, justo por encima de su corazón.

Un apretón de manos, es sucedido por un abrazo fuerte como aquellos  navideños de la doce con tantos minutos. Un saludo fraternal y una precipitada tertulia cuaresmal. De pronto la inútil pero obligada pregunta ¿ya cargaste? ¿qué turno te dieron?

Cada año es la misma estampa, el morado encuentro del primer Jueves, la esperada marcha, el ansiado turno, la mejilla eriza que acaricia sutilmente el bolillo, la mano que abraza la orquilla, el sonido del xijolaj, el marcapasos y de nuevo la señora, el anciano, el adolescente y el adulto que se seca las lagrimas, que se santigua y eleva una amorosa plegaria.

Ahí en esa morada fila,  conviven, confluyen, se pierden, se confunden las clases sociales, no hay grandes ni bajos salarios, solo cuadras pequeñas y largas, no hay nuevos ni viejos carros, solo  sublimes marchas y el amoroso peso de las andas.

Ahí va aquel amigo distante, el que no veías hace mucho tiempo, pero que a su vez pareciera que acabas de despedir con aquella túnica negra, con los zapatos percudidos llenos de pequeños granitos coloridos de aserrín.


Esa es la Cuaresma del cucurucho… así  es cada domingo, después, en la Semana Santa, será cada día,  y el apretón sucedido de aquel morado abrazo será por más de cuarenta días el mismo... el del morado encuentro.

(Texto JMCZ)

martes, 22 de marzo de 2016

En el año de la Misericordia


A veces amar y estar dispuesto a dar la vida por los nuestros es sencillo. Dios quiere que amemos al enemigo y que estemos dispuesto a entregar nuestra vida por él.

Con el favor de Dios hemos llegado a una Semana Santa más. La Iglesia Católica universal nos ha preparado a lo largo de poco más de 40 días para la fiesta del triunfo del señor, el día en que Cristo venció a la muerte. 

En el camino nos hemos encontrado con las tentaciones, con  el llamado de nuestro Padre a escuchar a su hijo, la exhortación de Jesús a ser pacientes y esperar un año más a que la higuera de sus frutos.

También nos hemos encontrado las sabías enseñanzas de Jesucristo mediante la hermosa parábola del Hijo Pródigo,  el pasaje de la mujer adúltera y  finalmente hemos dado lectura a la Pasión de Cristo.
Cada evangelio merece momentos de profunda reflexión. Dios nos hace una invitación a cambiar nuestra vida llena de pecado. 

En efecto nunca estaremos libres de los tropiezos, pero vale la pena hacer el esfuerzo por tomar distancia.  

Durante esta preparación Jesús nos pide que no juzguemos al prójimo, nos invita a  pedir perdón, como lo hizo el hijo prodigo, pero sobre todo nos exhorta a perdonar, como lo hizo el padre.    
La iglesia nos  ha preparado para el triduo pascual, el cual finalizará con la gloriosa resurrección de Jesucristo. 

El llamado en estos días de guardar, es tratar de comprender el mensaje de amor que Dios Hijo tiene para nuestras vidas.  Este año denominado por la madre Iglesia,  como de la Misericordia debemos resucitar con Cristo y buscar la misericordia de Dios en el prójimo, incluso en el enemigo.

¿Amas a tu hija? Me preguntaron en cierta tertulia de sobremesa, sí respondí. ¿Darías tu vida por ella? Sin pensarlo, le dije. Eso es fácil, dar la vida por quien amas, lo difícil es amar al enemigo y dar la vida por él, me respondieron.  

Y es  eso es lo que nos pide Jesucristo en este año de Misericordia. Sintamos esa empatía con el necesitado, calcemos al descalzo, démosle abrigo al que no tiene.


¿Es sencillo? No lo es, pero es lo que Dios espera de nosotros. 

Ojala que estos días de penitencia y oración nos sirvan para arrodillar el alma y no solo el cuerpo, ojala podamos encontrar la paz y el perdón para el prójimo, pero sobre todo que se nos  abra la puerta de la caridad y la misericordia. 

lunes, 21 de marzo de 2016

Los cinco sentidos del cucurucho

Con la llegada de marzo, a veces febrero, llega el periodo litúrgico tan esperado por el cucurucho. Ceniza escurridiza invade las frentes moradas de aquellos penitentes que, anhelan envestirse con esa desteñida y ahumada túnica telar purpura como las buganvilias,  que florecen en los balcones de las casas antigüeñas.    

Al fin llegó el momento, piensa para sí, mientras se enviste y acude, como cada año, a hacerle encuentro al paso del nazareno. Lo espera con ansias y entre una multitud lo ve por primera vez desde aquella semi destruida acera. Le observa con embeleso, se distrae con su cadencioso e imponente paso, al tiempo que deja escapar un suspiro.

El olor al perfumado incienso se entremezcla con el aroma a pino, corozo y aserrín que en festín multicolor se preparan para recibir, una vez más, el sacro cortejo.

Al fondo  escucha una trompeta solitaria que introduce la melodía sacra y fúnebre, de esas que erizan la piel y  que enamora el oído del cucurucho que  con el alma arrodillada da gracias por un año más.

Suena el timbre… el corazón de aquel devoto, ansioso y consternado late con celeridad, se aproxima al anda y con ojos vidriosos observa de frente  a la imagen de un Cristo lleno amor y  humanidad.  Coloca su hombro en la almohadilla y con ternura acaricia el bolillo, mientras que su guante blanco, como alba primaveral, sostiene la horquilla recién entregada por otro como él.

Termina la marcha y de nuevo esa inexplicable ambivalencia: gratitud y nostalgia, sensación agridulce compensada por un fresco de súchiles.
(Texto: Juan Manuel Castillo Zamora)

viernes, 11 de abril de 2014

Mi primer turno

Cuando tenía cinco años cargué por primera vez. Tiempo atrás había acudido de la mano de mi padre a las diferentes procesiones de pasión que cada  año bendicen las calles de la ciudad de Guatemala.
La emoción, el nerviosismo eran indescriptibles, era mi primera vez en  aquella práctica heredada, esa misma que se sería parte de mi vida en las semanas santas subsiguientes.  

Mi madre, que en paz descanse, veía a sus hijos cucuruchos con ojos de orgullo y morado enamoramiento. Fue en la procesión de Jesús de la Demanda, del templo de  la Merced en la que tuve mi primera e inolvidable experiencia. Veinticinco  años me separan de aquel momento, de aquel turno cinco, fila izquierda, de aquel agotamiento, de ese pequeño instante de inocencia y oración que me marcaría para toda mi vida. 

Hoy soy un cucurucho adulto bendecido al que Dios le ha dado un maravilloso regalo de Cuaresma. Ese obsequio divino se  llama Isabela y con tan solo un mes de existencia ha puesto mi vida de cabeza y me ha logrado enamorar con cada balbuceo, con cada llanto, con cada desvelada. Amo a mi hija, más que a mi propia humanidad y espero tener la bendición de llevarla de la mano a su primera procesión. Mi etapa de cucurucho es una muy sublime, es la de formador de las nuevas generaciones que le continuarán dando vida a la Semana Santa más hermosa del mundo. 

Pie de foto: Un niño cucurucho que es llevado por su padre a un cortejo procesional. 

jueves, 3 de abril de 2014

A las puertas de un quinto Domingo de Cuaresma más

Eran los años finales de la década de los 80s del siglo pasado, la procesión infantil de Candelaria aun salía domingo y al terminar de esa jornada tan esperada, mis deseos de niño eran salir corriendo a ver al Señor de la Caída con mis papas y mis hermanos.
Jesús nazareno de la Caída de San Bartolome de Becerra nos cautivo desde niños y su procesión era sin duda una de las más esperadas. Hoy muchos años después puedo participar activamente como cucurucho en las actividades de tan esperado fin de semana, comenzando el viernes con la velación y el sábado con todo ese ambiente previo a uno de los domingos más esperados del año. Hoy que estamos tan cerca de este fin de semana empieza una mezcla de emociones que solo los cucuruchos comprendemos. La ansiedad de estar de nuevo caminando junto tan bello nazareno. el recuerdo de mi madre ahora físicamente ausente pero siempre en mi corazón, el deseo de que pronto mi hermana lo viva con nosotros nuevamente pero sobretodo el amor con el que lo comparto con todas esas personas que me han acompañado y que de nuevo me harán el honor de de su compañía. Esto es  el gran amor de Cristo, que nos permite amar nuestras tradiciones y amar a la gente con las que las compartimos y eso como el mismo lo dijo " En esto conocerán todos que sois discípulos
míos: si os tenéis
amor los unos a los otros» (Jn 13,31-35).

lunes, 1 de abril de 2013

Felices Pascuas y Gracias

Un año más el Jesús que tanto amamos nos dio la oportunidad de participar en la Cuaresma y Semana Santa más bella del mundo. Nos dio ese regalo bendito de haber nacido en esta tierra que a pesar de los problemas aún conserva sus tradiciones y las engrandece.
Hermanos y hermanas hemos vivido de nuevo estas tradiciones tan bellas, hemos acompañado a Jesús y a su madre santísima durante la conmemoraciones litúrgicas, desde la pasión hasta su gloriosa resurrección. Pero sobretodo hemos sentido la presencia de Cristo Vivo en todas aquellas personas que de una u otra forma hacen nuestra Semana Santa especial, no puedo dejar de sentir un agradecimiento especial a mi padre que en sus 50 años de llevar en hombros a Cristo Rey sigue siendo un ejemplo de vida y de amor, a mis amigos cucuruchos y devotas quienes con su presencia y amor llenan mi Semana Santa, a los organizadores de distintas hermandades y asociaciones que con su esfuerzo y trabajo llevan bellamente las imágenes de Cristo y de nuestra Santísima madre a las calles, a los cucuruchos que devotamente las llevan en hombros, a las familias y comunidades que se esmeran en las alfombras,  a las personas que año con año abarrotan las calles y avenidas para recibir la bendición de Dios, a los medios de comunicación que trasportan a los creyentes que no pueden estar físicamente y no es que deje de último a Cristo sino que Cristo esta en todos aquellos que mencione y por eso él en su infinito amor y misericordia nos da esta tradición tan bella para que todos aprendamos, vivamos la fe y prediquemos su ejemplo.